domingo, 13 de noviembre de 2016

Donald Trump, o el sucumbir del hermano más listo


Donald Trump
            O el sucumbir del hermano más listo

     No cometamos el error de pensar que todo está perdido. Mucho sí lo está, pero, como humanistas, no podemos evitar disfrutar con la humanidad, sus miedos y sus vaivenes de base cuestionable.

     Por mucho que ahora mismo seamos el punto más avanzado de la historia de la humanidad –aunque la televisión nos haga dudar-, mantenemos la base fundamental que nos convierte en occidentales: la necesidad de referentes internacionales de identificación. Toda sociedad ha tenido siempre un referente perfecto –en el sentido de terminado- situado en la memoria colectiva en un pasado lo suficientemente lejano como para otorgarle un halo místico e incuestionable al ser una duda razonable o, como el caso de Roma, un referente lejano pero terrenal, que nos permite corroborar empíricamente cómo el ideal perfecto de sociedad es plausible.
Caída de Roma por los bárbaros, ca.476 d.C
    Roma y el cristianismo son los dos referentes aglutinadores de la sociedad internacional occidental. Porque podremos hablar decenas de lenguas distintas y tener tantos modelos políticos, económicos y sociales como países existan, pero todos mantenemos el mismo punto de fuga, el mismo horizonte cultural que nos convierte en occidentales y hacen que, con sus más y con sus menos, un lisboeta no viva de manera muy diferente, o tenga un sistema de creencias muy distintas a las de un berlinés o un neoyorquino. Salvando las diferencias obvias, los occidentales tenemos la misma base cultural que nos mantiene unidos y seguros.
     Roma y el cristianismo son dos de los elementos basales de nuestro sistema. Cuando cayó el primero generó el gran trauma occidental: con ella desapareció la civilización que nos separaba de aquellos bárbaros que, por los avatares de su historia presente, habían conseguido imponerse en el territorio del antiguo imperio.  
     El fin de la civilización –que diría Ward Perkins- supuso el fin de la unidad y el comienzo de la fragmentación perfectamente conocida por sus contemporáneos ante la que poco, o nada, tardaron en buscar una solución. Si bien estas nationes bárbaras no tenían demasiadas intenciones de crear un nuevo imperio al modelo real romano, sí fueron conscientes de la necesidad de buscar elementos sociales de aglutinación que, sin crear un Estado al modelo imperial, sí mantuviera el horizonte cultural. Como no podía ser de otra manera, encontraron en el cristianismo aquello que unía a toda la sociedad europea y aquello que creó el nuevo horizonte cultural.

     De acuerdo: los europeos habían evolucionado a lo largo de la edad media hasta configurar un planteamiento nuevo y cristiano del panorama, teniendo siempre vivo el espíritu romano en su ideario político e intelectual y, también, al otro lado de Mediterráneo. El Imperio de Occidente, que hablaba griego, se llamaba, así mismo, Roma. El Imperio se mantenía en pie y todo estaba bien, hasta 1452, año en el que el Gran Turco terminó haciendo caer Constantinopla –otra vez y de manera definitiva-. O, ¿acaso os creéis que para un turco no era suculenta la idea de conquistar a la mismísima Roma?

     1452 como fin definitivo de la Roma terrenal supuso que el cristianismo había perdido su bastión más significativo y el Gran Turco estaba a las puertas de nuestro horizonte cultural. De nuevo, un golpe; y, de nuevo, la necesidad de un cambio en el estado de cosas que hizo que apareciera, a lo largo de la segunda mitad del XV, la Edad Moderna. Podían caer muchos bastiones políticamente influyentes de la Europa medieval, pero el daño que ocasionarían sería subsanado con una recuperación de los territorios con el arte de la guerra y/o de la política –generalmente, de la guerra-. Pero su conciencia mantenía a Constantinopla como aquello que no podía caer, como aquello que mantendría seguro a todo el occidente medieval en tanto en cuanto existiera. Pero, cayó, y, cuando lo hizo, volvió a poner patas arriba a nuestra sociedad que hubo de reestructurarse una vez más.
Caída de Constantinopla, 1452
     Una reestructuración basada en la política heredada de más de mil años de medievalismo que obligó a que el cambio se alimentara de alterismo, -o de la definición de uno mismo identificándose como aquello que no tiene el otro –base fundamental del nacionalismo-; si el Gran Turco es musulmán e imperialista, nosotros seremos cristianos y monárquicos-, que necesitó más de cien años para desmantelar el viejo sistema feudal, cargando de poder a las monarquías y llevando adelante un cambio en la intelectualidad que generó el levantamiento ideológico contra Roma, atreviéndose a cambiar las bases doctrinales que regulaban la relación del individuo con Dios, a protestar contra lo establecido política y religiosamente y generando el primer gran cisma intelectual del continente: nacieron el protestantismo y el catolicismo en lo que Mc Keney entendió como el siglo confesional, el XVI.
    Vaya, otra vez nos hemos quedado sin referente. De nuevo, guerras, ahora de religión –tal vez el único concepto que ha matado a más gente que el nacionalismo-; y, de nuevo, un cambio. Ya no vale decir la cristiandad latina como elemento de unidad, primero, porque los último “latinos” habían caído y, segundo, porque ese cristianismo ya no aglutinaba, en tanto en cuanto estábamos inmersos en guerras de religión que no terminaron hasta 1648. Ahora nuestro horizonte se llamaba Europa y la política era el elemento aglutinador, una política capaz de elegir la manera de relacionarse con Dios y, una política que nunca lo negaría.
     Entonces llegó la Ilustración, generando una crisis de conciencia que cambió el método; que supuso la mayoría de edad de la humanidad (Kant) y que terminó poniendo a Dios en la palestra y, con él, al sistema político. En el momento en que se pusieron en práctica las ideas ilustradas comenzaron de nuevo las revoluciones. EEUU encabezó la ola de levantamientos siendo el primero en comenzarla y en ganarla. Tras él llegó el turno a Europa.  La ilustración, al poner a Dios en la palestra, fue el nuevo verdugo que hizo tambalear el horizonte cultural y, cuando esto pasa, los europeos tienen la capacidad intrínseca de solucionarlo a base de guerras.  Y de nuevo hubieron de encontrar un nuevo sistema que asentara nuestro horizonte, encontrándolo en el liberalismo político, económico e individual. Ahora Europa era liberal y, poco después, será democrática y capitalista. Nietzsche se terminó de cargar a Dios y ahora nuestro pegamento fue la pura política.
    Una política que desencadenó la gran guerra en 1914 que no encontraría fin hasta 1945. La crisis de la Alemania Nazi generó positivamente un nuevo cambio de tendencia: nuestra definición como horizonte cultural fue la democracia, los derechos humanos, la libertad y la dignidad. Es eso lo que nos diferencia del resto del mundo que vemos como loco y subdesarrollado.
Thomas Jefferson
     Pero entonces llegó él. En 1787 encontramos el primer hermano que se independizó del campesinado y el paletismo europeo de sus padres y logró instalarse creando una manera diferente. También el alterismo intervino en la formación de EEUU como contraposición de Europa, aquello que no querían repetir al estar lleno de vicios, de campesinos paletos imbuídos en monarquías perseguidoras de individuos, de sus conciencias; imbuidos en un sistema contaminado por su pasado tradicional que les impide avanzar personal, económica y políticamente.
     No. El hermano formado en Norteamérica fue el elegido para salir de esta vorágine histórica de la vieja Europa y terminó creando un país consolidado en el pensamiento ilustrado –como ellos mismos se encargarán de propagar-; un país que fue creciendo silenciosamente hasta que tuvo que salvar al viejo continente de la locura fascista Made in Europe.
      Tras 1945 la cosa volvió a cambiar y nos preguntamos que, o bien Estados Unidos había nacido sin el pecado original que tenemos los europeos pusilánimes amantes de la tradición, o habían sido capaces de darle esquinazo –más bien, el ideario tiende a pensar en lo segundo-. Sea como fuere, nos salvó, y asentó el horizonte cultural: los Europeos podemos ser nosotros mismos y matarnos brutalmente por ver si somos monárquicos, republicanos, protestantes, católicos; o asesinarnos si queremos que un insignificante terruño se convierta en un gran Estado independiente. Los europeos podemos hacer todas esas cosas que, mientras Estados Unidos siga en pie e intacto, todo estará bien, nuestro horizonte estará bien porque llegará a salvarnos con sus caballos blancos liderando los regimientos de la OTAN frente al otro Gran Turco: la URSS, que cayó por su propio pie otorgando a EEUU la victoria por abandono y coronándolo, ahora sí que sí, como paladín de la sociedad occidental.
     Pero Constantinopla volvió a caer en 2001. Ahora ni allí estábamos seguros. Volvimos a una deriva que fue, sin embargo, conscientemente redirigida para evitar la crisis de los punto com, liderando una fuerte campaña militar contra el Gran Turco III: el terrorismo internacional. Al menos, contra los turcos o los soviéticos sabían dónde atacar; pero ahora tenían un enemigo que actuaba en todo el globo. Pero el paladín blandió su espada y se encargó de proteger a occidente.
     Llegó la crisis, y la estulticia de los políticos y sus votantes nos confinaron a los empleos míseros de trabajadores pobres que un servidor vive en primera persona. Pero EEUU salió adelante y todo estaba bien. En la era Obama se crearon diez o doce millones de puestos de trabajo, con eso vale y occidente está seguro.



     Pero, ha vuelto a suceder. El hermano, ahora sí, ha caído, ha hecho honor a su herencia europea que ha cometido los mismos errores que los europeos llevamos cometiendo desde hacer siglos: votar con lo más profundo de sus genitales. Igual que nosotros en nuestros tiempos más turbios votamos a quienes votamos, EEUU ha caído, no ya ante un enemigo externo bien definido, sino ante sí mismo, ante su propia historia y, como no podía ser de otra manera, hemos visto cómo medio mundo se ha lanzado a tertulias, análisis y juicios sumarísimos para destapar la hipótesis: ¿cómo es posible que el hermano listo sea igual de tonto que nosotros? De nuevo, ya no estamos seguros ni en Estados Unidos porque han resultado ser igual que nosotros.
Donald Trump, 2016
     Ha caído una nueva Constantinopla. El impecable expediente del hermano listo ha conseguido su primer manchón; está marcado con la estampa negra que le vincula a la Europa más rancia –presente y pasada- y nos hemos quedado todos anonadados. Ahora sólo hay deriva y horas, horas y horas de análisis político en los medios.
Ahora toca cambiar nuestro esquema pero, no hay de qué preocuparse, volveremos a levantarnos.


     Aunque, igual el hermano listo, descubierto como tonto, nos sigue llevando ventaja. Igual sigue siendo el listo porque, cuando creó las cosas, se esmeró en que legalmente nadie pudiera votar a Trump por tercera vez. 

1 comentario:

  1. Sobre la última frase: Esperemos que tampoco lo voten por segunda ¡! (y no por ningún cataclismo, por supuesto)

    Muy sesudo todo esto para mí, que soy la hermana más tonta del hermano menos listo, me temo.

    Recuerdo una historia que leí de pequeña. En ella sucedía varias veces esta conversación entre un grupo de hermanos que realizaba un recorrido por diferentes parajes; ante cualquier problema, el hermano listo tenía una solución:

    "-¿Sabéis lo que pienso?- dijo el más listo.
    -¿Cómo vamos a saberlo?- dijeron los otros."

    Esto siempre era igual.

    El hermano más listo contaba entonces a los demás su plan para poder numerarse entre ellos y asegurarse de que ninguno se había perdido al atravesar, por ejemplo, un trigal muy crecido. Pero, por mucho que echaban cuentas según el plan, siempre faltaba algún hermano. Aunque, en realidad, estuvieran todos. No sabían cuál era el ausente, ni cómo había desaparecido, ni cómo solucionarlo... Ningún plan era útil (¡ni siquiera metiendo la nariz en un tarro con mantequilla y contando las marcas después, como brillantemente se le ocurrió al hermano listo! -desafortunadamente, el plan no contemplaba la posibilidad de que dos de los hermanos tuvieran justo la misma puntería al utilizar su nariz-).
    El plan del hermano más listo, al fin y al cabo, no resultó ser tan buen plan ni, por tanto, el hermano listo tan listo...
    Eso sí, los tontos siguieron siendo tontos. Por lo que cuentan, aún se les puede ver buscando al hermano ausente.

    Perdón, era solo un recuerdo...

    Saludos y felicidades,

    Ali

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