O el
sucumbir del hermano más listo
No cometamos el error de pensar que todo
está perdido. Mucho sí lo está, pero, como humanistas, no podemos evitar
disfrutar con la humanidad, sus miedos y sus vaivenes de base cuestionable.
Por mucho que ahora mismo seamos el punto
más avanzado de la historia de la humanidad –aunque la televisión nos haga
dudar-, mantenemos la base fundamental que nos convierte en occidentales: la necesidad
de referentes internacionales de identificación. Toda sociedad ha tenido
siempre un referente perfecto –en el sentido de terminado- situado en la
memoria colectiva en un pasado lo suficientemente lejano como para otorgarle un
halo místico e incuestionable al ser una duda razonable o, como el caso de
Roma, un referente lejano pero terrenal, que nos permite corroborar empíricamente
cómo el ideal perfecto de sociedad es plausible.
Caída de Roma por los bárbaros, ca.476 d.C |
Roma y el cristianismo son los dos referentes aglutinadores de la
sociedad internacional occidental. Porque podremos hablar decenas de lenguas
distintas y tener tantos modelos políticos, económicos y sociales como países
existan, pero todos mantenemos el mismo punto de fuga, el mismo horizonte
cultural que nos convierte en occidentales y hacen que, con sus más y con sus
menos, un lisboeta no viva de manera muy diferente, o tenga un sistema de creencias
muy distintas a las de un berlinés o un neoyorquino. Salvando las diferencias
obvias, los occidentales tenemos la misma base cultural que nos mantiene unidos
y seguros.
Roma y el cristianismo son dos de los
elementos basales de nuestro sistema. Cuando cayó el primero generó el gran
trauma occidental: con ella desapareció la civilización que nos separaba de aquellos
bárbaros que, por los avatares de su historia presente, habían conseguido
imponerse en el territorio del antiguo imperio.
El fin de la civilización –que diría Ward Perkins- supuso el fin de la unidad
y el comienzo de la fragmentación perfectamente conocida por sus contemporáneos
ante la que poco, o nada, tardaron en buscar una solución. Si bien estas nationes bárbaras no tenían demasiadas
intenciones de crear un nuevo imperio al modelo real romano, sí fueron conscientes
de la necesidad de buscar elementos sociales de aglutinación que, sin crear un
Estado al modelo imperial, sí mantuviera el horizonte cultural. Como no podía
ser de otra manera, encontraron en el cristianismo aquello que unía a toda la
sociedad europea y aquello que creó el nuevo horizonte cultural.
De acuerdo: los europeos habían
evolucionado a lo largo de la edad media hasta configurar un planteamiento
nuevo y cristiano del panorama, teniendo siempre vivo el espíritu romano en su
ideario político e intelectual y, también, al otro lado de Mediterráneo. El
Imperio de Occidente, que hablaba griego, se llamaba, así mismo, Roma. El
Imperio se mantenía en pie y todo estaba bien, hasta 1452, año en el que el
Gran Turco terminó haciendo caer Constantinopla –otra vez y de manera
definitiva-. O, ¿acaso os creéis que para un turco no era suculenta la idea de
conquistar a la mismísima Roma?
1452 como fin definitivo de la Roma
terrenal supuso que el cristianismo había perdido su bastión más significativo
y el Gran Turco estaba a las puertas de nuestro horizonte cultural. De nuevo,
un golpe; y, de nuevo, la necesidad de un cambio en el estado de cosas que hizo
que apareciera, a lo largo de la segunda mitad del XV, la Edad Moderna. Podían
caer muchos bastiones políticamente influyentes de la Europa medieval, pero el
daño que ocasionarían sería subsanado con una recuperación de los territorios
con el arte de la guerra y/o de la política –generalmente, de la guerra-. Pero
su conciencia mantenía a Constantinopla como aquello que no podía caer, como
aquello que mantendría seguro a todo el occidente medieval en tanto en cuanto
existiera. Pero, cayó, y, cuando lo hizo, volvió a poner patas arriba a nuestra
sociedad que hubo de reestructurarse una vez más.
Caída de Constantinopla, 1452 |
Una reestructuración basada en la política
heredada de más de mil años de medievalismo que obligó a que el cambio se alimentara
de alterismo, -o de la definición de uno mismo identificándose como aquello que
no tiene el otro –base fundamental del nacionalismo-; si el Gran Turco es
musulmán e imperialista, nosotros seremos cristianos y monárquicos-, que
necesitó más de cien años para desmantelar el viejo sistema feudal, cargando de
poder a las monarquías y llevando adelante un cambio en la intelectualidad que
generó el levantamiento ideológico contra Roma, atreviéndose a cambiar las
bases doctrinales que regulaban la relación del individuo con Dios, a protestar
contra lo establecido política y religiosamente y generando el primer gran
cisma intelectual del continente: nacieron el protestantismo y el catolicismo en
lo que Mc Keney entendió como el siglo
confesional, el XVI.
Vaya, otra vez nos hemos quedado sin referente. De nuevo, guerras, ahora
de religión –tal vez el único concepto que ha matado a más gente que el
nacionalismo-; y, de nuevo, un cambio. Ya no vale decir la cristiandad latina como elemento de unidad, primero, porque los
último “latinos” habían caído y, segundo, porque ese cristianismo ya no
aglutinaba, en tanto en cuanto estábamos inmersos en guerras de religión que no
terminaron hasta 1648. Ahora nuestro horizonte se llamaba Europa y la política
era el elemento aglutinador, una política capaz de elegir la manera de
relacionarse con Dios y, una política que nunca lo negaría.
Entonces llegó la Ilustración, generando
una crisis de conciencia que cambió el método; que supuso la mayoría de edad de
la humanidad (Kant) y que terminó poniendo a Dios en la palestra y, con él, al
sistema político. En el momento en que se pusieron en práctica las ideas
ilustradas comenzaron de nuevo las revoluciones. EEUU encabezó la ola de
levantamientos siendo el primero en comenzarla y en ganarla. Tras él llegó el turno
a Europa. La ilustración, al poner a
Dios en la palestra, fue el nuevo verdugo que hizo tambalear el horizonte
cultural y, cuando esto pasa, los europeos tienen la capacidad intrínseca de solucionarlo a base de guerras. Y de
nuevo hubieron de encontrar un nuevo sistema que asentara nuestro horizonte,
encontrándolo en el liberalismo político, económico e individual. Ahora Europa
era liberal y, poco después, será democrática y capitalista. Nietzsche se terminó
de cargar a Dios y ahora nuestro pegamento fue la pura política.
Una política que desencadenó la gran guerra en 1914 que no encontraría
fin hasta 1945. La crisis de la Alemania Nazi generó positivamente un nuevo
cambio de tendencia: nuestra definición como horizonte cultural fue la
democracia, los derechos humanos, la libertad y la dignidad. Es eso lo que nos
diferencia del resto del mundo que vemos como loco y subdesarrollado.
Thomas Jefferson |
Pero entonces llegó él. En 1787
encontramos el primer hermano que se independizó del campesinado y el paletismo
europeo de sus padres y logró instalarse creando una manera diferente. También
el alterismo intervino en la formación de EEUU como contraposición de Europa, aquello
que no querían repetir al estar lleno de vicios, de campesinos paletos imbuídos
en monarquías perseguidoras de individuos, de sus conciencias; imbuidos en un
sistema contaminado por su pasado tradicional que les impide avanzar personal,
económica y políticamente.
No. El hermano formado en Norteamérica fue
el elegido para salir de esta vorágine histórica de la vieja Europa y terminó
creando un país consolidado en el pensamiento ilustrado –como ellos mismos se
encargarán de propagar-; un país que fue creciendo silenciosamente hasta que
tuvo que salvar al viejo continente de la locura fascista Made in Europe.
Tras 1945 la cosa volvió a cambiar y nos
preguntamos que, o bien Estados Unidos había nacido sin el pecado original que tenemos
los europeos pusilánimes amantes de la tradición, o habían sido capaces de
darle esquinazo –más bien, el ideario tiende a pensar en lo segundo-. Sea como
fuere, nos salvó, y asentó el horizonte cultural: los Europeos podemos ser
nosotros mismos y matarnos brutalmente por ver si somos monárquicos,
republicanos, protestantes, católicos; o asesinarnos si queremos que un
insignificante terruño se convierta en un gran Estado independiente. Los europeos
podemos hacer todas esas cosas que, mientras Estados Unidos siga en pie e
intacto, todo estará bien, nuestro horizonte estará bien porque llegará a
salvarnos con sus caballos blancos liderando los regimientos de la OTAN frente
al otro Gran Turco: la URSS, que cayó por su propio pie otorgando a EEUU la
victoria por abandono y coronándolo, ahora sí que sí, como paladín de la
sociedad occidental.
Pero Constantinopla volvió a caer en 2001.
Ahora ni allí estábamos seguros. Volvimos a una deriva que fue, sin embargo,
conscientemente redirigida para evitar la crisis de los punto com, liderando una fuerte campaña militar contra el Gran
Turco III: el terrorismo internacional.
Al menos, contra los turcos o los soviéticos sabían dónde atacar; pero ahora
tenían un enemigo que actuaba en todo el globo. Pero el paladín blandió su
espada y se encargó de proteger a occidente.
Llegó la crisis, y la estulticia de los políticos y sus votantes nos
confinaron a los empleos míseros de trabajadores
pobres que un servidor vive en primera persona. Pero EEUU salió adelante y
todo estaba bien. En la era Obama se crearon diez o doce millones de puestos de
trabajo, con eso vale y occidente está seguro.
Pero, ha vuelto a suceder. El hermano,
ahora sí, ha caído, ha hecho honor a su herencia europea que ha cometido los
mismos errores que los europeos llevamos cometiendo desde hacer siglos: votar
con lo más profundo de sus genitales. Igual que nosotros en nuestros tiempos
más turbios votamos a quienes votamos, EEUU ha caído, no ya ante un enemigo
externo bien definido, sino ante sí mismo, ante su propia historia y, como no
podía ser de otra manera, hemos visto cómo medio mundo se ha lanzado a
tertulias, análisis y juicios sumarísimos para destapar la hipótesis: ¿cómo es
posible que el hermano listo sea igual de tonto que nosotros? De nuevo, ya no
estamos seguros ni en Estados Unidos porque han resultado ser igual que
nosotros.
Donald Trump, 2016 |
Ha caído una nueva Constantinopla. El
impecable expediente del hermano listo ha conseguido su primer manchón; está
marcado con la estampa negra que le vincula a la Europa más rancia –presente y
pasada- y nos hemos quedado todos anonadados. Ahora sólo hay deriva y horas,
horas y horas de análisis político en los medios.
Ahora toca cambiar nuestro esquema
pero, no hay de qué preocuparse, volveremos a levantarnos.
Aunque, igual el hermano listo, descubierto
como tonto, nos sigue llevando ventaja. Igual sigue siendo el listo porque,
cuando creó las cosas, se esmeró en que legalmente nadie pudiera votar a Trump
por tercera vez.
Sobre la última frase: Esperemos que tampoco lo voten por segunda ¡! (y no por ningún cataclismo, por supuesto)
ResponderEliminarMuy sesudo todo esto para mí, que soy la hermana más tonta del hermano menos listo, me temo.
Recuerdo una historia que leí de pequeña. En ella sucedía varias veces esta conversación entre un grupo de hermanos que realizaba un recorrido por diferentes parajes; ante cualquier problema, el hermano listo tenía una solución:
"-¿Sabéis lo que pienso?- dijo el más listo.
-¿Cómo vamos a saberlo?- dijeron los otros."
Esto siempre era igual.
El hermano más listo contaba entonces a los demás su plan para poder numerarse entre ellos y asegurarse de que ninguno se había perdido al atravesar, por ejemplo, un trigal muy crecido. Pero, por mucho que echaban cuentas según el plan, siempre faltaba algún hermano. Aunque, en realidad, estuvieran todos. No sabían cuál era el ausente, ni cómo había desaparecido, ni cómo solucionarlo... Ningún plan era útil (¡ni siquiera metiendo la nariz en un tarro con mantequilla y contando las marcas después, como brillantemente se le ocurrió al hermano listo! -desafortunadamente, el plan no contemplaba la posibilidad de que dos de los hermanos tuvieran justo la misma puntería al utilizar su nariz-).
El plan del hermano más listo, al fin y al cabo, no resultó ser tan buen plan ni, por tanto, el hermano listo tan listo...
Eso sí, los tontos siguieron siendo tontos. Por lo que cuentan, aún se les puede ver buscando al hermano ausente.
Perdón, era solo un recuerdo...
Saludos y felicidades,
Ali