lunes, 21 de noviembre de 2016

Religión y política: 1.- La Reforma

Haciendo un pequeño repaso en la bibliografía sobre Teoría del Estado, me topé una vez más con este hecho. Sin demasiado esmero reparé de nuevo en una teoría explicativa muy concurrida que muestra, bien de manera sucinta, o bien como punto de fuga de una auténtica teoría, cómo el siglo confesional -recordemos, siglo XVI- y su sucesor, el XVII, plagado de guerras de religión, marcó un impasse político-social al determinar que los nacientes Estados modernos contemplaran la religión de una manera distinta; contemplación que definiría la sociedad y el devenir presente de aquellos Estados toda vez que, como ya hemos dicho, la religión de la primera edad moderna, y buena parte de la segunda, fue la variable independiente de todo el conglomerado político y social.

     Esta teoría, de obligado conocimiento para el estudio de la política y defendida y divulgada por muchos, entre ellos, Pérez Reverte, quien la recuerda, entre otros momentos, en una entrevista más que recomendable con Iñaki Gabilondo, defiende que aquellos Estados que “abrazaron” el protestantismo fueron los primeros en alcanzar el liberalismo. Dicho de otra manera: los primeros países en asentarse como liberales, en términos económicos primero, y en política después, fueron aquellos que, cuando tuvieron que elegir, eligieron ser tolerantes -en el sentido que la palabra tenía en el siglo XVII- y saludaron el protestantismo como una manera de independizarse de la mano política romana. Los tiempos de la reforma fueron tan potentes que marcaron el devenir histórico de occidente hasta tal grado que crearon la crisis de conciencia que determinó el siglo XVIII.

Martín Lutero, 1483-1546
Al margen del ideario nacionalista alemán, ¿qué hizo Martín Luthero? La reforma no fue sino una reestructuración de las relaciones que el creyente debía tener con Dios, o debía creer tener con él. El profesor de Biblia de Turingia no fue innovador en sí mismo, toda vez que las llamadas a romper con la obediencia al heredero de San Pedro provienen de momentos tan alejados como el siglo XIV en el corazón de la Inglaterra medieval. Lo que es innegable es que Luthero fue el adalid de estas nuevas maneras, aunque no le pondría nombre.

¿Contra qué se levantaron Wycliff y Lutero? Es muy difícil resumir en un pequeño artículo como este lo que significaba el poder de Roma por aquel entonces. Pero voy a intentarlo. Para ello, para corrompernos como Dios manda, tenemos que olvidarnos de la concepción religiosa que manejamos como habitantes del primer mundo del siglo XXI y empezar con conceptos técnicos y empíricos.

John Wycliff, 1331-1384
     ¿Recordáis el sintagma de religión como variable independiente? Al igual que en otras muchas disciplinas, la Historia y la Ciencia Política utilizan la estadística de manera más o menos asidua. A este nivel explicativo, como elemento básico para introducirnos en este mundo, después de explicar qué son las variables y los ejes de coordenadas, se dan una serie de definiciones. Entre ellas, las variables, que pueden ser dependientes o independientes, siendo la dependiente aquella variable que es, eso, variable y dinámica; y la independiente aquella que es estática y hace variar a la dependiente. En este caso, y como punto de partida, llegamos a la primera hipótesis: la política era la variable dependiente de la religión, la independiente. O sea, que la religión no sólo era el principio de autoridad social por antonomasia sino que, como tal, era el elemento legitimador de toda política. Ergo: el heredero de San Pedro determinaría, mediante su justificación, la legitimación de todo poder y acción política: toda vez que los gobernantes mantuvieran el apoyo de los poderosos estos no dejarían caer la espada de Damocles; estos sostenían la espada a modo de reconocimiento del poder del gobernante, el cual estaba reconocido por un correcto sistema colocación basado en la guerra, en leyes de sucesión -que fueron apareciendo en la plena edad media- y, como no podía ser de otra manera, en el origen divino del poder; si el Papado no reconocía, o retiraba el reconocimiento, los señores tenían un motivo de peso para dejar caer la espada.Esto también se llama principio de autoridad.

     Con la sociedad pasaba algo similar. La iglesia inauguró el siglo XVI siendo dueña y señora del mundo europeo controlando las consciencias de todo un mundo, el cual debía plegarse ante ella en tanto que portadora de la autoridad divina. Su condición como poder político llevó a la perversión de la que ya avisaría San Agustín y su dominio fue tan pleno que terminará levantando resquemores y, en definitiva, en el proceso de reforma.

     Es imposible sintetizar todo este proceso en pocas páginas pero, para que nos hagamos una idea del hartazgo, además de jugar con la cultura general pertinente que nos permite imaginar cómo es el dominio de un monopolio político, lo ilustraremos con lo que según la tradición histórica fue la gota de colmó el vaso y llevó a Luthero, un profesor de Biblia muy metido en el credo, a levantarse intelectualmente contra el conglomerado romano. La construcción de la Basílica de San Pedro del Vaticano generó, como hoy en día, problemas de financiación que León X y Johann Tetzel solucionaron con un eslogan: Cada vez que una moneda suena en el cofre un alma sale del purgatorio. Y, efectivamente, colocaron un cofre allí donde podían y donde cada creyente que quisiera o pudiera, podría sacar del purgatorio a su ser querido y, a cambio, la iglesia no paga IBI y podría hacer su nuevo santuario. La cronología nos indica que más o menos al mismo tiempo que salió esta campaña de financiación, Luthero comenzó a protestar.


Johan Tetzel, 1465-1519
Hemos llegado al punto álgido: ¿qué fue la reforma y por qué se dice que fomentó el liberalismo? La jerarquía eclesiástica, que poco tardará en afirmarse como “católico” en el sentido que le damos hoy en día, promulgaba, haciendo una interpretación reducida, que la relación entre el individuo y Dios debía llevarse a cabo empleando la mediación de la iglesia. El papado no sólo se vistió a sí mismo como el heredero de San Pedro, portador de la tarea de fundar y dirigir la iglesia, obra encomendada por el mismísmo Jesucristo (Mat.16:18), si no que, además, una vez cayó el Imperio, el obispo de Roma, el principal de la nueva iglesia, toda vez que el era el representante de esta en la capital, quedó como el único organismo de poder en el caos generado conforme el imperio se desintegraba. El poder moral y el reconocimiento otorgado al obispo de Roma, unido a ser la única autoridad heredera de imperio, le valió el puesto de reconocimiento político, además de religioso, del que no se desprendió. El poder terrenal que la iglesia fue acumulando a lo largo de la edad media fue generando discrepancias en diferentes partes de Europa que criticaban fuertemente cómo el poder acumulado había diluido su principal potestad de protección del poder espiritual y se había convertido en un poder político opresor, monopolista y aliado de los otros poderes laicos.

León X, Papa entre 1513-1521
     La reforma se levantó contra todo esto. La perversión espiritual que había alcanzado la iglesia resultaba cuando menos inaceptable y no faltaron movimientos críticos hacia ella que encontraron en Luthero la voz que más gritaba. Sin entrar a considerar si clavó o no las 95 tesis a las indulgencias en la puerta de la catedral de Wittenberg en 1917 -cosa que seguramente no ocurrió-, lo cierto es que comenzó el movimiento de “independencia” del creyente con respecto a Roma. Entendiendo que los justos viven por la fe y que Dios es, eso, Dios, una institución como la jerarquía eclesiástica no es en absoluto necesaria para que el individuo se relacione con Dios. El perdón, la oración, o las buenas acciones se llevan adelante por la vía del mismo individuo, basado en la educación en una comunidad de creyentes donde aprenderá la Biblia no manipulada por siglos de traducciones por juristas que no hicieron si no amoldarla a sus prioridades políticas y que el perdón, la entrada en el cielo o en el infierno, dependerá de nuestras acciones que serán juzgadas en el momento de morir.

     Ya podemos imaginar que eliminar estas competencias suponía terminar con el alto grado de control social que practicaba la iglesia cuando confesaba, lanzaba sus homilías, se financiaba. El protestantismo, tal como se denominó después de que sus defensores se levantaran en 1530 en la Dieta de Espira, suponía un cambio de mentalidad enorme que liberaba el individuo y le obligaba a controlar por sí mismo la relación que mantuviera con Dios de manera individual sin que hicieran falta sacerdotes, votos, homilías y confesiones. Suponía que el individuo se independiza de la jerarquía eclesiástica, que empieza a ver la religión centrada en la comunidad de creyentes de su pueblo o aldea más cercana y supone que el poder de Roma, el gran poder, perdía gran parte de sus competencias.

     Y efectivamente, esta independencia social también fue bien vista por muchos príncipes alemanes que vieron en este nuevo movimiento una manera de independizar su fuerza política de los lazos de Roma. ¿Cómo afectó esto a la política del momento y de las décadas venideras? Lo dejamos para el siguiente post, que si no, se hace muy largo.











domingo, 13 de noviembre de 2016

Donald Trump, o el sucumbir del hermano más listo


Donald Trump
            O el sucumbir del hermano más listo

     No cometamos el error de pensar que todo está perdido. Mucho sí lo está, pero, como humanistas, no podemos evitar disfrutar con la humanidad, sus miedos y sus vaivenes de base cuestionable.

     Por mucho que ahora mismo seamos el punto más avanzado de la historia de la humanidad –aunque la televisión nos haga dudar-, mantenemos la base fundamental que nos convierte en occidentales: la necesidad de referentes internacionales de identificación. Toda sociedad ha tenido siempre un referente perfecto –en el sentido de terminado- situado en la memoria colectiva en un pasado lo suficientemente lejano como para otorgarle un halo místico e incuestionable al ser una duda razonable o, como el caso de Roma, un referente lejano pero terrenal, que nos permite corroborar empíricamente cómo el ideal perfecto de sociedad es plausible.
Caída de Roma por los bárbaros, ca.476 d.C
    Roma y el cristianismo son los dos referentes aglutinadores de la sociedad internacional occidental. Porque podremos hablar decenas de lenguas distintas y tener tantos modelos políticos, económicos y sociales como países existan, pero todos mantenemos el mismo punto de fuga, el mismo horizonte cultural que nos convierte en occidentales y hacen que, con sus más y con sus menos, un lisboeta no viva de manera muy diferente, o tenga un sistema de creencias muy distintas a las de un berlinés o un neoyorquino. Salvando las diferencias obvias, los occidentales tenemos la misma base cultural que nos mantiene unidos y seguros.
     Roma y el cristianismo son dos de los elementos basales de nuestro sistema. Cuando cayó el primero generó el gran trauma occidental: con ella desapareció la civilización que nos separaba de aquellos bárbaros que, por los avatares de su historia presente, habían conseguido imponerse en el territorio del antiguo imperio.  
     El fin de la civilización –que diría Ward Perkins- supuso el fin de la unidad y el comienzo de la fragmentación perfectamente conocida por sus contemporáneos ante la que poco, o nada, tardaron en buscar una solución. Si bien estas nationes bárbaras no tenían demasiadas intenciones de crear un nuevo imperio al modelo real romano, sí fueron conscientes de la necesidad de buscar elementos sociales de aglutinación que, sin crear un Estado al modelo imperial, sí mantuviera el horizonte cultural. Como no podía ser de otra manera, encontraron en el cristianismo aquello que unía a toda la sociedad europea y aquello que creó el nuevo horizonte cultural.

     De acuerdo: los europeos habían evolucionado a lo largo de la edad media hasta configurar un planteamiento nuevo y cristiano del panorama, teniendo siempre vivo el espíritu romano en su ideario político e intelectual y, también, al otro lado de Mediterráneo. El Imperio de Occidente, que hablaba griego, se llamaba, así mismo, Roma. El Imperio se mantenía en pie y todo estaba bien, hasta 1452, año en el que el Gran Turco terminó haciendo caer Constantinopla –otra vez y de manera definitiva-. O, ¿acaso os creéis que para un turco no era suculenta la idea de conquistar a la mismísima Roma?

     1452 como fin definitivo de la Roma terrenal supuso que el cristianismo había perdido su bastión más significativo y el Gran Turco estaba a las puertas de nuestro horizonte cultural. De nuevo, un golpe; y, de nuevo, la necesidad de un cambio en el estado de cosas que hizo que apareciera, a lo largo de la segunda mitad del XV, la Edad Moderna. Podían caer muchos bastiones políticamente influyentes de la Europa medieval, pero el daño que ocasionarían sería subsanado con una recuperación de los territorios con el arte de la guerra y/o de la política –generalmente, de la guerra-. Pero su conciencia mantenía a Constantinopla como aquello que no podía caer, como aquello que mantendría seguro a todo el occidente medieval en tanto en cuanto existiera. Pero, cayó, y, cuando lo hizo, volvió a poner patas arriba a nuestra sociedad que hubo de reestructurarse una vez más.
Caída de Constantinopla, 1452
     Una reestructuración basada en la política heredada de más de mil años de medievalismo que obligó a que el cambio se alimentara de alterismo, -o de la definición de uno mismo identificándose como aquello que no tiene el otro –base fundamental del nacionalismo-; si el Gran Turco es musulmán e imperialista, nosotros seremos cristianos y monárquicos-, que necesitó más de cien años para desmantelar el viejo sistema feudal, cargando de poder a las monarquías y llevando adelante un cambio en la intelectualidad que generó el levantamiento ideológico contra Roma, atreviéndose a cambiar las bases doctrinales que regulaban la relación del individuo con Dios, a protestar contra lo establecido política y religiosamente y generando el primer gran cisma intelectual del continente: nacieron el protestantismo y el catolicismo en lo que Mc Keney entendió como el siglo confesional, el XVI.
    Vaya, otra vez nos hemos quedado sin referente. De nuevo, guerras, ahora de religión –tal vez el único concepto que ha matado a más gente que el nacionalismo-; y, de nuevo, un cambio. Ya no vale decir la cristiandad latina como elemento de unidad, primero, porque los último “latinos” habían caído y, segundo, porque ese cristianismo ya no aglutinaba, en tanto en cuanto estábamos inmersos en guerras de religión que no terminaron hasta 1648. Ahora nuestro horizonte se llamaba Europa y la política era el elemento aglutinador, una política capaz de elegir la manera de relacionarse con Dios y, una política que nunca lo negaría.
     Entonces llegó la Ilustración, generando una crisis de conciencia que cambió el método; que supuso la mayoría de edad de la humanidad (Kant) y que terminó poniendo a Dios en la palestra y, con él, al sistema político. En el momento en que se pusieron en práctica las ideas ilustradas comenzaron de nuevo las revoluciones. EEUU encabezó la ola de levantamientos siendo el primero en comenzarla y en ganarla. Tras él llegó el turno a Europa.  La ilustración, al poner a Dios en la palestra, fue el nuevo verdugo que hizo tambalear el horizonte cultural y, cuando esto pasa, los europeos tienen la capacidad intrínseca de solucionarlo a base de guerras.  Y de nuevo hubieron de encontrar un nuevo sistema que asentara nuestro horizonte, encontrándolo en el liberalismo político, económico e individual. Ahora Europa era liberal y, poco después, será democrática y capitalista. Nietzsche se terminó de cargar a Dios y ahora nuestro pegamento fue la pura política.
    Una política que desencadenó la gran guerra en 1914 que no encontraría fin hasta 1945. La crisis de la Alemania Nazi generó positivamente un nuevo cambio de tendencia: nuestra definición como horizonte cultural fue la democracia, los derechos humanos, la libertad y la dignidad. Es eso lo que nos diferencia del resto del mundo que vemos como loco y subdesarrollado.
Thomas Jefferson
     Pero entonces llegó él. En 1787 encontramos el primer hermano que se independizó del campesinado y el paletismo europeo de sus padres y logró instalarse creando una manera diferente. También el alterismo intervino en la formación de EEUU como contraposición de Europa, aquello que no querían repetir al estar lleno de vicios, de campesinos paletos imbuídos en monarquías perseguidoras de individuos, de sus conciencias; imbuidos en un sistema contaminado por su pasado tradicional que les impide avanzar personal, económica y políticamente.
     No. El hermano formado en Norteamérica fue el elegido para salir de esta vorágine histórica de la vieja Europa y terminó creando un país consolidado en el pensamiento ilustrado –como ellos mismos se encargarán de propagar-; un país que fue creciendo silenciosamente hasta que tuvo que salvar al viejo continente de la locura fascista Made in Europe.
      Tras 1945 la cosa volvió a cambiar y nos preguntamos que, o bien Estados Unidos había nacido sin el pecado original que tenemos los europeos pusilánimes amantes de la tradición, o habían sido capaces de darle esquinazo –más bien, el ideario tiende a pensar en lo segundo-. Sea como fuere, nos salvó, y asentó el horizonte cultural: los Europeos podemos ser nosotros mismos y matarnos brutalmente por ver si somos monárquicos, republicanos, protestantes, católicos; o asesinarnos si queremos que un insignificante terruño se convierta en un gran Estado independiente. Los europeos podemos hacer todas esas cosas que, mientras Estados Unidos siga en pie e intacto, todo estará bien, nuestro horizonte estará bien porque llegará a salvarnos con sus caballos blancos liderando los regimientos de la OTAN frente al otro Gran Turco: la URSS, que cayó por su propio pie otorgando a EEUU la victoria por abandono y coronándolo, ahora sí que sí, como paladín de la sociedad occidental.
     Pero Constantinopla volvió a caer en 2001. Ahora ni allí estábamos seguros. Volvimos a una deriva que fue, sin embargo, conscientemente redirigida para evitar la crisis de los punto com, liderando una fuerte campaña militar contra el Gran Turco III: el terrorismo internacional. Al menos, contra los turcos o los soviéticos sabían dónde atacar; pero ahora tenían un enemigo que actuaba en todo el globo. Pero el paladín blandió su espada y se encargó de proteger a occidente.
     Llegó la crisis, y la estulticia de los políticos y sus votantes nos confinaron a los empleos míseros de trabajadores pobres que un servidor vive en primera persona. Pero EEUU salió adelante y todo estaba bien. En la era Obama se crearon diez o doce millones de puestos de trabajo, con eso vale y occidente está seguro.



     Pero, ha vuelto a suceder. El hermano, ahora sí, ha caído, ha hecho honor a su herencia europea que ha cometido los mismos errores que los europeos llevamos cometiendo desde hacer siglos: votar con lo más profundo de sus genitales. Igual que nosotros en nuestros tiempos más turbios votamos a quienes votamos, EEUU ha caído, no ya ante un enemigo externo bien definido, sino ante sí mismo, ante su propia historia y, como no podía ser de otra manera, hemos visto cómo medio mundo se ha lanzado a tertulias, análisis y juicios sumarísimos para destapar la hipótesis: ¿cómo es posible que el hermano listo sea igual de tonto que nosotros? De nuevo, ya no estamos seguros ni en Estados Unidos porque han resultado ser igual que nosotros.
Donald Trump, 2016
     Ha caído una nueva Constantinopla. El impecable expediente del hermano listo ha conseguido su primer manchón; está marcado con la estampa negra que le vincula a la Europa más rancia –presente y pasada- y nos hemos quedado todos anonadados. Ahora sólo hay deriva y horas, horas y horas de análisis político en los medios.
Ahora toca cambiar nuestro esquema pero, no hay de qué preocuparse, volveremos a levantarnos.


     Aunque, igual el hermano listo, descubierto como tonto, nos sigue llevando ventaja. Igual sigue siendo el listo porque, cuando creó las cosas, se esmeró en que legalmente nadie pudiera votar a Trump por tercera vez.